2016- 2019
«Quería abrazarla. «De una forma distinta —pensé—. No con las palabras que conozco, no con los brazos que puedo tender, de una forma distinta, muy distinta, algo diferente.» Hubiera querido abrazar a Yuriko Zen, rodear su pequeña espalda y sus delgados hombros. Pero lo único que pude hacer fue asentir con la cabeza mientras me frotaba con la palma de la mano las manos que resbalaban por las mejillas.»
«Aizawa estaba vivo, debía de estar vivo, pero, si no volvía a verlo nunca mas, si no volvía a ver su imagen nunca más, ¿cómo seguiría viviendo?»
«—Yo… creo que ya me enamore de ti cuando leí aquellas líneas. —¿Aquellas líneas? —preguntó Aizawa en voz baja. —»Una persona alta, con párpado simple, buen fondista. ¿No hay nadie que conozca a alguien con estas caracterisícas? Es lo que dijiste cuando estabas buscando tu padre.» Respiré hondo. —No sé por qué razón, pero no podía olvidar aquellas palabras. No estoy diciendo que entendiera cómo te sentías, tampoco tenía ninguna relación conmigo. Pero no podía olvidarlas. Cada vez que recordaba aquellas apalabras, no podía dejar de pensar en aquel alguien que solo cocaba con aquellos tres indicios para buscar la mitad de sì mismo. Ante mis ojos emergíais, una y otra vez, la figura de un hombre vuelto hacia un erial inmenso, sin fin. No podría olvidarte y aún no te conocía.»
«Yo ya había estado varias veces sentada en el parque de Komazawa, pero cuando fuimos juntos me sentí como si lo visitara por portera vez depuesta de haberlo estado soñando mucho tiempo.»
«Además, que me hubiera enamorado de Aizawa no quería decir que algo fuera a cambiar. En primer lugar, mi amor no conducía a ninguna parte: era una sentimiento autosuficiente que no tenía conexión con nada.»
«No era una personas con forma humana, era el semen donado por alguien anónimo. ¿Cómo se lo podría explicar?… Hablando sin ambages, era como si la mitad de mí mismo no fuera humana. Ya sé que todas las personas nacen de òvulos y espermatozoides, pero la mitad de mí mismo, ¿qué era en realidad?»
«La mujer miró con cara radiante a todos los asistentes, uno tras otro, como si se dispusiera a leer una poseía que hubiera compuesto ella misma.»
«Las cortinas perfectamente corrida habían empezado a teñirse de color oscuro: pronto caería la noche. ¿Cuántas veces más en el futuro contemplaría así el azul del crepúsculo? Se me ocurrió de repente. ¿Cómo sería vivir, ir yendo hacia la muerte, sola? ¿Consistiría en estar siempre así, en un único lugar, estuviera donde estuviese, mirara lo que mirase? «¿Tan malo sería eso?» Me lo pregunté en voz baja. Pero, por supuesto, nadie me respondió.»
«Dejé la computadora en «suspender», fui a la cocina, preparé arroz con nato y empecé a comérmelo despacio. Como no se me antojaba hacer nada antes de acostarme, decidí matar las horas actuando lo mas lento posible, pero cuanto más tiempo invertía en masticar y mas minuciosos eran mis gestos, más iba dilatando el tiempo y más me daba la impresión de que avanzaba a un ritmo cada vez más lento. Como era natural, el arroz con nato, por más despacio que te lo comieras, se acababa a los pocos minutos, de modo que, tras lavar la tazón y los palillos, me quedé sin nada que hacer. Y, qué remedio, me acosté en el puf y me quedé quieta, sin mover un músculo.»
«—Por ejemplo, cuando hablamos, se entienden la espaleras, ¿verdad? Pero, en realidad muchas veces no pasa lo mismo con lo que queremos decir. Las palabras se entienden, pero el contenido no. Muchos problemas nacen ahí. Nosotros vivimos en un mundo en que se entiende las palabras, ergo no los que decimos. Todos nosotros. «No puedo hacerme amigo de casi nadie en este mundo —sentenció—. No sé quién lo dijo, pero es cierto. Encontrar a personas que te escuchen con atención, que intenten ir más allá de las palabras y que traten de entenderte, encontrar un mundo así es difícil me pregunto si no será cuestión de suerte.»»
«Y presentí que en el futuro recordaría muchas veces aquella escena que nada tenía de particular.»
«Tras aquellos mese de largas llamadas telefónicas, creía haber captado la situación, peor al tener a Makiko de carne y hueso hablando sin parar de las operaciones de aumento de pecho, me invadió una sensación de tristeza indescriptible. Eta, para expresarlo de algún modo, algo parecido a los que sientes, cuando, en una estación, un hospital o aun lado del camino, contempla desde un lugar algo alejado de una persona que charla sin parar, tengo o no tenga a quien la escuche. Mirando a Makiko que hablaba y hablaba mientras piba arrojando gotitas de salida, me invadió este vago sentimiento de soledad y tristeza. Y me sentí culpable. No porque no sintiera interés hacia Makiko o hacia lo que me contaba, no por falta de solicitud o cariño hacia ella, en absoluto. Me sentí culpable porque me había descubierto a mí misma mirando a Makiko con compasión.»